viernes, 4 de noviembre de 2016

El fin de las redacciones

MEDIOS

El fin de las redacciones

En octubre dejaron de salir el Herald, el Sí de Clarín y luego Veintitrés. El editor de la revista reflexiona sobre el momento editorial.

2 de noviembre de 2016

MEDIOS
El fin de las redacciones
En octubre dejaron de salir el Herald, el Sí de Clarín y luego Veintitrés. El editor de la revista reflexiona sobre el momento editorial.
por MARTÍN MAZZINI
El 1° de septiembre pasado publiqué en Veintitrés “Noticias de mañana”, un resumen sobre algunas de las charlas del Media Party, que en la bajada decía “los medios tal como los conocemos dejarán de existir”. Menos de dos meses después, el 27 de octubre, salió la última Veintitrés en papel. No es que sea un visionario: el derrumbe de los anunciantes en los medios gráficos es un fenómeno mundial hace rato, y aunque la caída también se verifique en los formatos digitales, es lógico que para los empresarios resulte más cómodo y más barato limitarse a transmitir sus contenidos en el soporte cada vez más hegemónico.
La misma semana dejó de publicarse diariamente el Buenos Aires Herald después de 140 años, dejó de salir el suplemento Sí! de Clarín después de treinta, La Nación le dijo chau al formato sábana, y todos sabemos que ese tipo de noticias continuarán. El razonamiento es más o menos así: nadie lee en papel, los jóvenes son felices sin estar al tanto de las noticias, ergo, publiquemos en digital los contenidos que la mayoría lee. Pero ahí hay un problema: los medios incluyen cada vez más notas insólitas que reciben miles de comentarios y son compartidas… aunque no sean estrictamente una noticia. Creo que es responsabilidad de los que dirigen definirse como un medio periodístico: si no, podrás ser el más leído pero te convertiste en otra cosa.
No me comería la cabeza creyendo que los medios de comunicación van a desaparecer. En todo caso, cambiará –ya cambió– justamente eso, el medio por el cual se consumen las noticias. Tampoco creo que vayan a desaparecer por completo los medios en papel: en algunas circunstancias es el mejor dispositivo: se puede escribir encima, doblar, recortar y, llegado el caso, incluso quemar. Pero sí me arriesgaría a afirmar que en esta película hay un animal en peligro de extinción: las redacciones.
ganchosTomás Eliaschev, Martín Mazzini y Leandro Filozof en la redacción de Veintitrés.
A mí me tocó vivir en dos de esos monstruos tan adictivos y estimulantes como peligrosos para la salud, y no sólo porque hasta hace un tiempo se fumaba y bebía tranquilamente. Alguna vez leí que el periodismo era una de las profesiones con más separados, y la idea me cerró enseguida.
Entré como pasante al Página/12 de la avenida Belgrano, un submarino larguísimo y casi sin luz natural habitado por algunas leyendas del periodismo de entonces, a las órdenes del tremendamente generoso Martín Granovsky. Una redacción puede compararse a lo que imagino pasa dentro de una cárcel: según cómo te pares, te van a tratar. Cuando hables por teléfono, todos los de alrededor te van escuchar el tono de las preguntas, cómo encarás a la persona que está del otro lado, si te dejás intimidar o no por tus jefes. Ni hablar de las asambleas. En una me animé a plantear la injusta situación de los pasantes, para escuchar a una gloria como Susana Viau despreciar mi punto de vista ya que pertenecía al grupo que personificaba la precarización del trabajo. Todo, frente a más de cien personas. Hay una cierta naturalización del maltrato en ese ámbito -no sé hasta qué punto será herencia de la forma de ser de Jorge Lanata, un tótem omnipresente en Página aunque ya no estuviera, que me siguió acompañando cuando, un año y medio después, presencié el nacimiento de Veintiuno, que luego pasó a llamarse Veintitrés.
TaekwondoPrimer número de Veintiuno.
Cuatro dueños, tres redacciones distintas –de Barrio Norte a La Boca, pasando por Villa Crespo– y alrededor de cinco directores dieron forma a la revista en sus 18 años de vida. Por supuesto, el inicio fue el momento de mayor ebullición: la cuenta regresiva de los días que faltaban para salir a la calle, la expectativa que sabíamos que generábamos, la incertidumbre por la respuesta de los lectores. Lanata y su equipo, comandado por Ernesto Tenembaum y “Guille” Alfieri, no parecían tener techo en su ambición. A los pocos meses, viajé en avión al Chaco y alquilé un auto para descubrir apenas llegar que la nota que había ido a buscar no existía. El fotógrafo, que venía de Clarín, intentó advertirme. “Inventá algo”, dijo, “no hay manera de volver con las manos vacías con lo que costó venir hasta acá”. Sin embargo, fue tomado como algo que podía pasar y no hubo mayor problema.
Estábamos tocándole la cola al poder. Publicamos la declaración jurada de Menem y descubrimos a Massera violando la libertad condicional. Apuntábamos alto y, en mi visión inocente de ese entonces, no había tema prohibido. Nos estimulaban a pelear por la tapa. Después llegarían los tiempos de protección a ciertos personajes, alineamiento explícito con el oficialismo en el gobierno, episodios burdos de censura.
En una redacción (ideal), uno hace periodismo en un permanente tira y afloje con los demás. Hay fuentes y temas que uno maneja habitualmente, pero cualquiera puede ganarte una primicia y será premiado. Las ideas se discuten en el bar y en la reunión de sumario, la cabeza de la nota se evalúa con el compañero de al lado o con el editor cuando lee el texto, los títulos se discuten a las puteadas o a las piñas si fuera necesario. El compañero te caga a propósito o te ayuda sin saberlo. Todo eso pasó.
ganchosEn una redacción ideal, hay un tira y afloje permanente con los demás.
No quiero quedarme en la visión romántica del pasado mejor, pero no puedo evitar pensar que esa forma de hacer periodismo está desapareciendo. El individualismo exhibicionista de las redes sociales se traslada al periodista, que se muestra en Twitter y negocia desde su casa con el editor de un medio cuya redacción sólo conocerá para llevar la factura. Así como las redacciones funcionaron con la dictadura del cargo más alto, que siempre tuvo el poder de decir sí o no a la propuesta del subalterno, también alimentan la fuerza del grupo. Para protestar por sus derechos, para proteger a un compañero o incluso para cuestionar los contenidos propios, las asambleas funcionan como un escudo que cuestiona a los jefes y empresarios algunas de sus decisiones.
TaekwondoÚltimo número de Veintitrés.
Pasar de redactor a editor es un poco como dejar de ser hijo y convertirse en padre: uno entiende mejor la importancia fundamental del título y del enfoque, la necesidad de combinar contenidos duros y otros más livianos, de exigir que se escriba sobre un tema aún sin tener toda la data que haría falta. Aprende a presionar y, si es honesto, pule los textos para sacarles el mayor brillo posible, siempre ayudado por la guillotina que significa el cierre. Casi todos los artistas, de Borges para acá, reconocen la importancia de tener un límite para entregar sus obras, y el periodista no es la excepción.
La nota sobre el Media Party concluye con la siguiente broma: “Se me acabó el espacio. Un problema que no tendría en la web”. Por supuesto que las posibilidades que da el digital parecen casi infinitas: no solo por el espacio para el texto sino porque permite incluir imágenes, links, actualización y comentarios del individuo previamente conocido como Lector. Permite salvar los errores sin tener que esperar una semana para pedir disculpas. Y permite que una sola persona con un teléfono pueda cubrir, escribir el texto y tomar las imágenes de un episodio. Pero no sé si eso es el periodismo. O en todo caso, no sé si eso genera un producto enriquecido. Al menos para mí, el periodismo es una creación indudablemente colectiva, que pese a llevar una firma tiene la riqueza y la complejidad de una pieza que fue construida en conjunto. Esa creación va en contra, a favor de, a pesar y gracias a los intereses y las habilidades de quienes la llevaron a cabo y del medio que la publicó.
Entonces, ¿cambiemos? Sí, por qué no, todo cambia aunque no querramos, pero aprovechemos las posibilidades técnicas para potenciar lo que dio inicio a esta saga: contar una historia de la mejor manera posible.

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